martes, 11 de enero de 2011

El día en que me caí por la ventana

Me llamo Tito y no recuerdo nada de mi nacimiento, ni de mi madre, ni de cómo acabé encerrado en aquella caja. Pero así pasé unas horas asustado de los ruidos que llegaban del exterior. Por fin, y aparentemente intrigada por mi llanto, una chica consiguió liberarme. No tuve que insistir mucho haciendo gala de todo mi encanto para que me llevase a vivir con ella y su manada. Esta se componía de mi liberadora y sus dos hermanas, su madre, su padre, un perro y un conejo. A propósito, yo soy un gato.

Tras unos meses adaptándome al nuevo ambiente y encontrando mi sitio en el grupo, mi personalidad felina afloró y noté que un instinto primitivo me impulsaba a explorar más y más. El sitio que más me gustaba de la guarida era una ventana en cuyo exterior pasaba horas y horas vigilando todo lo que ocurría en los alrededores. Un buen día, y a pesar de toda mi habilidad, no pude evitar que un paso en falso me hiciera resbalar y caer a la calle.

MIAUUUUUU.... , fue todo cuanto se me ocurrió chillar mientras emprendía una loca carrera buscando refugio, hasta que me escondí tras un seto. Jadeando y vigilando alrededor me vino a la cabeza que hacía meses que no pisaba la calle y que mi último recuerdo de ella no era precisamente feliz. Sabéis lo que es la calle para un gato inexperto como yo? Perros como montañas de grandes, coches que van y vienen y poca, poquísima comida debido a la costumbre de los humanos de guardar la que desechan en grandes y altísimos contenedores, casi inalcanzables.

Pasé una primera hora horrible vigilando desde la relativa seguridad de mi seto la presencia de perros por los alrededores. Uno relativamente pequeño me miró de muy malos modos y yo ya estaba esperando que me atacara cuando el humano que lo acompañaba lo convenció de un tirón de correa. Conforme pasaba el tiempo y yo me habituaba a la situación, empezaron a venirme a la mente otros problemas menos inmediatos como el hambre y el frío. Dónde está mi manada? Es que no me echan de menos?

Titoooo....! Titoooo....! Las voces eran de mi manada pero desde mi escondite no podía verles y el terror que sentía me paralizó hasta el punto de no poder salir a su encuentro. Hambriento y tiritando, me quedé acurrucado en mi escondite. Cuando anocheció ya no sabía que hacer. Un par de perros como casas de grandes se habían acercado hasta el momento pero con poca fortuna ya que mi escondite era muy pequeño para ellos. Tuve un soplo de alegría cuando ví aparecer un ratoncillo por una esquina al que intenté convencer para que se acercase. Anda yaaaa...! exclamó, y desapareció por un agujero.

Era noche cerrada y empecé a pensar que tal vez la oscuridad me brindase la ocasión de moverme de mi seto a buscar comida. GRRRR....GUAU! De donde ha salido este perrazo? Y volví a mi escondite. Pero el perro me tenía localizado y no iba a abandonar su posición fácilmente.

Titoooo....! Era mi manada de nuevo, y esta vez les pude ver. Y ELLOS A MÍ! Miauuuu...! Desde el accidente, era la primera vez que me atrevía a emitir un sonido. En un gran acto de valor y sin preocuparse del perrazo que continuaba acechando se acercaron a mí y me cogieron en brazos. Calor de manada! Qué bueno es dejar de pasar miedo!

Me subieron a la guarida. Por qué los perros se portan así conmigo si yo vivo con uno y soy tan buen hermano? Creo que nunca he comido tan a gusto como aquella noche. Qué necesidad de mimos! Me acurruqué en el sillón y disfruté de todas las caricias del mundo hasta caer en un profundo sueño.

Hoy es el día en que cuando siento que me falta la manada (a veces se ausentan durante horas) siento una especie de nudo en el estómago que sólo se pasa cuando la guarida vuelve a llenarse de voces y calor. Que cosa mas buena es vivir rodeado de los que te quieren!

No hay comentarios:

Publicar un comentario